martes, 31 de diciembre de 2013

Sobre la difamación


La difamación es según la RAE, la “acción y efecto de difamar”, esto es,  “desacreditar a alguien, de palabra o por escrito, publicando algo contra su buena opinión y fama”.
Este fenómeno se puede ver desde diferentes ángulos: moral, psicológico y legal. El difamador se muestra a sí mismo como alguien que no valora a los demás—a quién denigra, al público al cual trasmite su difamación y, claro está, a sí mismo al realizar tal acción--, les comunica mentiras, tergiversaciones de la realidad con frustración, despecho, envidia, resentimiento y/u odio. Quien difama puede ser una persona de mucha o poca cultura, inteligencia e imaginación, con un gran o poco potencial o capacidad pero al difamar se puede mostrar como un digno autor de una conspiración delirante o de una novela cursi barata, proyectando en quien difama sus más bajas pasiones o manías (ambición desmedida de poder o dinero, lujuria inconsumada, mitomanía, etc.).
Ahora bien, el difamado puede optar por no responder o hacer caso a las bajezas de quien lo difamó subestimándolo, considerándolo un triste personaje, un pobre diablo, u optar por entablarle una demanda legal por posibles daños morales, psicológicos, laborales o aun económicos que le pudo acarrear las difamaciones. Es necesario enfrentar al difamador puesto que sus mentiras o medias verdades se propagan y pueden ser aceptadas por gente ingenua o que simplemente desconoce los hechos y las pruebas que desmienten categóricamente al infame denigrador.
Y así, recién cuando reciben una dura pena (que puede implicar el encierro carcelario) algunos difamadores se muestran arrepentidos. Otros castigos solo llegan a multas o prisión suspendida.
La difamación oral puede ser hecha en presencia de varias personas, en un lugar público, o divulgada por los medios de comunicación convencionales (radio, TV) o digitales, si es escrita puede ser anónima, con pseudónimo o no, a través de diarios, folletos, volantes, Internet o redes sociales.
Puede ser contra un rival político, un (ex) jefe, (ex) compañero(s) de trabajo, la ex pareja (cónyuge o no) o alguien que simplemente le pretendía pero que le rechazó. Incapaz de superar su frustración el difamador simplemente “patea el tablero” mostrándose infantil y engreído.
¿Se puede difamar instituciones y organizaciones? Sí, pero en este caso el que se le considere o no delito depende de la legislación de cada país. Por ejemplo, aun se castiga la difamación contra la religión (la blasfemia) en algunos países donde impera la teocracia.
¿Cómo prevenir las difamaciones? Es difícil eso ya que al ser producto de las bajas pasiones de quien las comete, no se sabe en qué momento o quiénes las producirán. Mas una vez realizadas ya se sabe la calidad de gente de quienes muchas veces se presentan disfrazados de corderos.
Lo que sí se puede hacer es hacer uso del pensamiento crítico para no aceptar cualquier cosa como verdad por más simpática que nos caiga la persona difamadora. Puesto que así como hay que dudar de seres o fenómenos de los cuáles no tenemos la prueba o la certeza que existan, tampoco tenemos la seguridad de que quienes se presentan con algo o mucho de carisma no tengan un trauma o un fracaso no superado, que en determinadas circunstancias puede aflorar.
Por desgracia, no todos han sido expuestos al pensamiento crítico o no se ejerce éste en todos los ámbitos de la vida. Y así como los buenos ejemplos son dignos de imitar, hay difamadorcillos que imitan caricaturescamente las injurias de los enanos morales a quienes consideran superiores a ellos, y que admiran o que los usan astutamente para que divulguen sus ataques.

sábado, 4 de mayo de 2013

El racismo en el Perú


Ya sea en la casa, el colegio, el transporte, etc. hay peruanos, chicos y grandes, hombres y mujeres,  que se expresan de sus congéneres de distinto color de piel llamándolos sea de forma insultante o agresiva: “Serrano, indio, chola, negro, zamba, chino, chuncho, blancona de m…, etc.” o también de forma “cariñosa” o diminutiva: “cholito”, “zambito”, “chinito”, “blanconcita”, etc.

Los peruanos se inician en el racismo en casa cuando sus padres les impiden a sus hijos juntarse con niños distintos a ellos o peor aún los mayores se refieren a tales menores despectiva y despreciativamente. Ya en el colegio los pequeños iniciados en el racismo por sus progenitores repiten lo aprendido. Luego lo hacen abierta o solapadamente en la universidad o instituto y después en el centro de trabajo.
La publicidad y la programación en los medios son racistas cuando nos presentan estereotipos raciales y estéticos, distintos al predominante en el Perú, como los más deseados a ser alcanzados. Peor aún en los concursos de belleza difícilmente ganará una chica con rasgos andinos--aunque una de facciones negroides ya ganó, pero su reinado fue efímero.
Nuestras reinas más bellas desde Gladys Zender a Cindy Mejía
¿No vemos todos los días en la televisión pública o privada presentadores de cierta predominancia racial? ¿Son mayoría las recepcionistas de facciones cobrizas en las instituciones estatales o empresas particulares? ¿No es acaso racismo el no promover una educación que incluya la lengua y la cultura autóctonas?  ¿No es racista no fomentar, ya desde la conquista española, una vida digna para la mayoría de los peruanos, especialmente los del interior del país?
Entonces si en verdad no deseamos ser un país racista, discriminador, privilegiador de unos y despreciativo de otros debemos empezar por cambiar nuestra educación, nuestros valores, lo que vemos y oímos en nuestros medios de comunicación, nuestro lenguaje, nuestra manera de relacionarnos los unos a los otros. Porque no solamente hay discriminación racial sino que además existe una de tipo social y económica donde ya no es solo el color de piel lo que es más importante: uno vale más cuanto más dinero tenga y cuentan más las recomendaciones de los conocidos que las propias capacidades.
Peor aún: es más grave que el racismo cuando se atenta contra la dignidad y los derechos humanos al explotar al prójimo haciéndole trabajar más de 8 horas diarias sin reconocerle las horas extras ni sus beneficios laborales, pagándole sueldos de hambre o demorar semanas y meses en hacerlo, no considerarlo un igual, un ser humano.

(Tomado de http://www.facebook.com/notes/manuel-abraham-paz-y-mi%C3%B1o/el-racismo-en-el-peru/637286496287290)