domingo, 18 de octubre de 2009

Los problemas de la vida humana


La vida de los seres humanos es muy parecida y a la vez muy diferente a la de los otros seres vivientes. Como tales nos alimentamos para nutrirnos y desarrollarnos, nos protegemos de las inclemencias del clima, nos enfrentamos en ocasiones a depredadores (en nuestro caso incluso de nuestra propia especie), padecemos diversas enfermedades, nos reproducimos y, por supuesto, morimos.

No obstante, el cómo nos conducimos en la vida, la conducta humana, básicamente es aprendida y, por lo tanto, distinta a la de los animales. En ese sentido aprendemos casi de todo: la manera de comer, de caminar, de hablar, de relacionarnos con los demás y hasta de sentir. En cambio, los (otros) animales están programados genéticamente--producto de millones de años de evolución—para tener determinado comportamiento. Las aves se comportan como aves, los felinos como felinos, los canes como canes, los simios como simios (Claro está que se les puede enseñar algunas cosas limitadas o rutinas repetitivas y punto).

De otro lado, los seres humanos pueden llegar a tener un tipo de comportamiento destructivo o constructivo, en contra o a favor de la vida. Por supuesto que los demás animales también pueden llegar al canibalismo para sobrevivir (o cuando es más evolucionado por frustración). En el caso del hombre sabemos que muchas veces puede dañar a los demás por mero placer sádico.

Como seres capaces de razonar podemos ser muy conscientes de la finitud de nuestras propias existencias, capacidades y posibilidades. Y al mismo tiempo saber no sólo de nuestras virtudes morales, habilidades o capacidades positivas o constructivas sino también de nuestros defectos e incapacidades.

Lo ideal e idóneo sería ser adiestrados y enseñados desde muy temprano en los grandes problemas de la vida, o en todo caso aprender de nuestros errores y equivocaciones. Desgraciadamente general y normalmente no es así. Aprendemos dura y severamente a través de la experiencia, e incluso torpemente podemos seguir cayendo en el yerro. Muchas veces nos complace dañar a otros sino abierta, encubiertamente, pensamos o hablamos mal de ellos, nos acostumbramos a no mejorar como personas, dejamos de hacer el bien que podemos hacer, no compartimos lo que tenemos, nos duele que a otros les vaya mejor que a nosotros, malgastamos nuestro tiempo en necedades, discusiones vanas y relaciones infructuosas y hasta perjudiciales, mentimos o nos mienten, no vivimos la vida realmente como es, vivimos ilusionados pensando que si en esta vida no nos ha ido bien nos irá mejor en la otra, nos acostumbramos a practicar una serie de ritos mágicos y prácticas supersticiosas pensando que así las cosas nos saldrán mejor, dejamos de ser felices pudiéndolo ser, etc., etc.

Nuestra vida finalmente puede transcurrir más desgraciada que dichosamente al fin y al cabo. Pero téngase presente que no basta la voluntad propia ni la ajena para que la vida sea así o asá. Siempre hay otras circunstancias sociales favorables o desfavorables o aun naturales difíciles de controlar o que nadie puede hacerlo. Dependiendo de aquellas en las que estamos y de nuestro criterio personal podemos elegir seguir una carrera, conseguir un empleo, a quién tener a nuestro lado tanto sentimental como amicalmente, a qué credo religioso o político pertenecer, etc. No obstante que las sociedades son distintas, unas son más desarrolladas que otras, podemos elegir hasta cierto, a pesar de las limitaciones y carencias. No estamos condenados a la derrota y la infelicidad. No importa la edad, no importan los fracasos anteriores, mientras la vida continúe podemos elegir, podemos ser mejores de lo que somos hoy. Pero para eso hay que intentarlo diaria y esforzadamente, no basta con pensarlo o desearlo. Y si tenemos una guía racional, sería mucho mejor.

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